Recorriendo el ciber espacio cristiano me encontré con algo que quiero compartir.
De la abundancia del corazón
por Christopher Shaw
Luego de introducir la analogía del fruto que identifica la especie del árbol, el Señor avanza un paso más, aplicando el mismo principio a las palabras que salen de nuestra boca. «Generación de víboras!» exclama. «¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos?, porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas, y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas» (Mt 12.34-35).
Del mismo modo que las obras nos proveen de valiosa información acerca de la clase de persona que somos, así también las palabras revelan el estado de nuestro corazón. Donde abunda la queja, la crítica, la ingratitud y la amargura, podemos estar seguros que existe un corazón que no ha sido transformado por la gracia de Dios.
Para los que hemos sido llamados a la tarea de formar a otros es bueno que aprendamos a prestar atención al contenido de lo que otros dicen. No debemos concentrarnos tanto en los temas de los cuales hablan, sino intentar percibir la actitud con la cual dicen las cosas. Es posible que lo que comparten sea acertado y verdadero, pero la manera en que lo hacen delata la existencia de un corazón que está contaminado por el espíritu impuro de la carne.
El Señor nos llama, como líderes, a estar atentos a esta realidad porque nuestra tarea, al igual que la del apóstol Pablo, es la de «presentar a toda persona perfecta en Cristo Jesús» (Co 1.28). Él mismo nos exhorta, en la carta a los Efesios, a que tengamos cuidado para que «ninguna palabra corrompida salga de nuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes» (4.29). La clave de esta exhortación es que nuestras palabras deben impartir gracia a los que nos escuchan. Esto no hace referencia al contenido en sí de nuestras palabras, sino del espíritu que transmiten nuestras palabras. Las personas que nos oyen deben sentir que han sido bendecidos por lo que han escuchado.
Hemos observado cómo Cristo señalaba que ningún árbol malo puede producir fruto, sino que cada árbol produce el fruto que determina su esencia genética. Del mismo modo, en el texto de hoy, Jesús afirma que una persona con un corazón malo no puede pronunciar palabras buenas, ni la persona con un corazón bueno puede pronunciar palabras malas. Una vez más, queda claramente revelado que la vida fluye de nuestro ser interior. Es allí donde debe concentrarse nuestra mirada, donde debemos buscar la acción transformadora de Dios. No obstante, en demasiadas oportunidades nuestra atención está puesta en las circunstancias externas de la vida. Buscamos que Dios intervenga en los lugares y asuntos que tienen poca relevancia para la vida espiritual. Nuestro mayor problema, sin embargo, es nuestro propio corazón. No en vano el autor de Proverbios exhorta «sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida» (4.23). El pasaje termina con una muy seria revelación: nuestras palabras no son «simplemente» palabras. ¿Qué significa que seremos juzgados por cada una de ellas?
Dios los continúe bendiciendo.
De la abundancia del corazón
por Christopher Shaw
Luego de introducir la analogía del fruto que identifica la especie del árbol, el Señor avanza un paso más, aplicando el mismo principio a las palabras que salen de nuestra boca. «Generación de víboras!» exclama. «¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo malos?, porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas, y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas» (Mt 12.34-35).
Del mismo modo que las obras nos proveen de valiosa información acerca de la clase de persona que somos, así también las palabras revelan el estado de nuestro corazón. Donde abunda la queja, la crítica, la ingratitud y la amargura, podemos estar seguros que existe un corazón que no ha sido transformado por la gracia de Dios.
Para los que hemos sido llamados a la tarea de formar a otros es bueno que aprendamos a prestar atención al contenido de lo que otros dicen. No debemos concentrarnos tanto en los temas de los cuales hablan, sino intentar percibir la actitud con la cual dicen las cosas. Es posible que lo que comparten sea acertado y verdadero, pero la manera en que lo hacen delata la existencia de un corazón que está contaminado por el espíritu impuro de la carne.
El Señor nos llama, como líderes, a estar atentos a esta realidad porque nuestra tarea, al igual que la del apóstol Pablo, es la de «presentar a toda persona perfecta en Cristo Jesús» (Co 1.28). Él mismo nos exhorta, en la carta a los Efesios, a que tengamos cuidado para que «ninguna palabra corrompida salga de nuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes» (4.29). La clave de esta exhortación es que nuestras palabras deben impartir gracia a los que nos escuchan. Esto no hace referencia al contenido en sí de nuestras palabras, sino del espíritu que transmiten nuestras palabras. Las personas que nos oyen deben sentir que han sido bendecidos por lo que han escuchado.
Hemos observado cómo Cristo señalaba que ningún árbol malo puede producir fruto, sino que cada árbol produce el fruto que determina su esencia genética. Del mismo modo, en el texto de hoy, Jesús afirma que una persona con un corazón malo no puede pronunciar palabras buenas, ni la persona con un corazón bueno puede pronunciar palabras malas. Una vez más, queda claramente revelado que la vida fluye de nuestro ser interior. Es allí donde debe concentrarse nuestra mirada, donde debemos buscar la acción transformadora de Dios. No obstante, en demasiadas oportunidades nuestra atención está puesta en las circunstancias externas de la vida. Buscamos que Dios intervenga en los lugares y asuntos que tienen poca relevancia para la vida espiritual. Nuestro mayor problema, sin embargo, es nuestro propio corazón. No en vano el autor de Proverbios exhorta «sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida» (4.23). El pasaje termina con una muy seria revelación: nuestras palabras no son «simplemente» palabras. ¿Qué significa que seremos juzgados por cada una de ellas?
Dios los continúe bendiciendo.
3 comentarios:
Si tenemos al constructor del mundo dentro de nosotros, toda palabra de nuestra boca será para edicicación. De lo contrario, sería mejor cayarnos pues el daño que se hace cuando no está Dios en nuestra noticia, es terrible
Estoy contigo, nuestro Dios esta con nosotros y nosotros debemos hacer las cosas como él dice en su palabra.
De nuestra boca debe salir solo bendicion...
Bendiciones.
Estimado Alí:
Asi es, exactamente como Dios nos quiere; prudentes al hablar.
Nótese que el autor hace enfasis en la ACTITUD al hablar.
Dios te continúe bendiciendo.
Estimada Sacri:
Tienes razón, definitivamente cuando Dios habla debo atender, oír, aceptar y obedecer.
Dios te continúe bendiciendo.
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