Ha sido una noche maravillosa la del viernes santo. Maravillosa y neurálgica a la vez. No sabía donde estaba mi fe en esos momentos. Me arrodille, le pedí al Señor fuerza y paciencia, la misma fuerza que les daba a sus profetas, la misma entereza que daba a sus apóstoles.
Me sentí confundido; luego de la oración sentí una serenidad, un sosiego como jamás o nunca en la vida lo he sentido; ese día nublado, esa noche fresca y serena nació mi hermoso hijo; para aquellos que son padres, sé que el momento de preocupación es máximo; mi hermosa hija que apenas llega a los cuatro años no sabía lo que estaba pasando; no entendía los pormenores por los que estaba pasando mi bella esposa y mi precioso niño; todo había salido bien, excepto por unos cuantos detalles.
En un principio no entendí porque no les daban la salida a mi esposa y mi hijo; lo normal como todo parto, es darles salida a la madre y al hijo a los dos días; algo andaba mal; pero en realidad todo estaba bien. Era necesaria la presencia de mis dos cervatillas en el hospital.
Era necesario que ellos allá y nosotros acá oraramos por todas aquellas personas que iban a padecer la misma historia que nosotros; por aquellos niños enfermos en la unidad de cuidados intensivos; el Señor me lo confirmó cuando llegué a esa sala, el segundo día del parto; vi al niño y lo cargué en mis brazos; y luego escuché un susurro tan agraciado, tan caballeroso, que me dijo: Prepárate, porque me voy a manifestar; yo haré cosas grandes que no entenderás.
Cerré mis ojos, y me puse a orar.
Me transporte a la noche en que Nicodemo fue a Jesús y le dijo:
—Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él.
Le respondió Jesús:
—De cierto, de cierto te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios.
En ese instante me puse a analizar el porqué me había llegado esos versículos a la mente; tomando nota del asunto, creo que Dios me daba a comprender ( y lo está haciendo en estos momentos), como nos comportamos cuando nacemos, el cuidado de Dios que tiene sobre nosotros, se asemeja al momento en que tu entregas tu vida al Salvador, Jesucristo nuestro Señor.
Necesitamos que nos amamanten en Palabra, que nos limpien en suciedad, que nos arrullen con ternura y candidez, que nos bañen de la presencia del Espiritu Santo, que cuando lloremos, he allí está en que nos Consuela;
Agradezco a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espiritu Santo por su promesa, por mis dos hijos, por mi Esposa, por mis Padres, por mis Hermanos, por mis Amigos, por todos aquellos que amo;......hoy siento la fidelidad y grandeza de Dios, gracias, gracias me gozo Señor Jesucristo.
Dios los Bendiga.