La primera vez que estuve en una humilde iglesia en la ciudad donde hice mis estudios universitarios, encontré muchas cosas que me dejaron impactado. Esas cosas, esos detalles, esos sucesos que ahora, en estos momentos comprendo y entiendo, fueron para mí una referencia de nunca olvidar.
Quisiera describir esos acontecimientos, como cuando no conocía de Dios, porque posiblemente pueda que así, las palabras sean más perspicaces.
Cuando llegué a la iglesia sentía temor. Un temor que invadía mis pensamientos, mis manos y mis piernas. No entendía el porqué de ese temor. Entré y noté a unos señores muy ancianos en la primera fila. Su cara, su rostro era de eterna paz. En el atrio, en el pulpito, un joven que hablaba y hablaba sobre las maravillas que el Señor había hecho anteriormente y las maravillas de hoy.
Me dirigí al centro de la iglesia y tome asiento. Puse mis manos en mi cabeza, y miré al piso; en mis pensamientos me decía: - estás loco -. Nunca olvidaré ese día. No quería que me observaran, no quería llamar la atención, no quería hablar. El ambiente estaba con una armonía indescriptible.
A mi lado estaban personas llorando, y no entendía nada. Personas con las manos levantadas, algunas cerraban sus ojos como esperando muestras de algo. De repente, detrás de mí, un anciano se inclinó al piso, arrodillado puso sus manos en su asiento. Me dije: - ese señor está orando por todos aquí -. Yo me encontraba sobre mis pies. Personas de todas las edades y razas estaban con sus rostros mostrando una sed de algo.
En ese mismo instante, en el púlpito, se puso sobre sus pies un anciano, y con un rostro que resplandecía, alzaba sus manos y miraba al cielo. Me sorprendió su elocuencia ante ese silencio reverenciado del lugar. Luego, su rostro miraba al piso y empezó a llorar. Yo sentí una sensación extraña, como de arrepentimiento. Un estado de culpa. Un estremecimiento corrió por mi mente y cuerpo. Abrí mis ojos para observar la conmoción que tenían las personas a mi lado. No concebía nada. Nunca había llorado y lloré. Nunca había reído como ese día, y reí. Nunca había sentido una PAZ, un GOZO tan espectacular como ese día. Sentí un ALIVIO, un GUSTO, una complacencia por lo que estaba pasando.
Muchas personas se abrazaban, otras cantaban, y allí observaba esa escena. Madres, hijos, padres, ancianos, niños pasaban sobre el pulpito a manifestar un mensaje. Digo que era un mensaje, porque en realidad era un testimonio. Una confirmación de lo que les había pasado a ellos. Mi mente y mis ojos estaban desconectados. Lloraba pero no sabía porque. Alguien alguna vez me dijo, que el EVANGELIO es para VALIENTES; te voy a decir algo, tú que lees este mensaje, estos escritos, Jesús es real, Él existe, nos ve, nos acompaña, nos consuela, nos SALVA; tienes que seguirle, tienes que alimentarte del Pan diario de su Palabra.
Esa noche, hablé personalmente con el anciano del pulpito. Me sorprendió aún más cuando oro por mí,… cuando me dijo apartes de mi vida pasada, de lo que estaba aconteciendo en mi vida en esos momentos y lo que Dios tenía para mí. Estuvo en lo cierto. Fue confirmado más adelante por un niño, un profeta, cuyo suceso me hace constatar que tengo la fuerte convicción de que Jesucristo VIVE, que está aquí, que le abrí la puerta para que hiciera morada y compartiera el pan conmigo; a Él sea la Gloria, a Él sea la alabanza, Él es TODO para mí y para mi familia.
En el Nombre de Jesús.
Dios te bendiga.